Por la mañana, inicié el día con un delicioso sandwich de jamón con manzana y queso de cabra aderezado con nuez. Mientras lo deleitaba prendí la TV y en el zapping me detuve en el canal 4. Se proyectaba una nota súper tendenciosa de Esteban Arce en contra del derecho del aborto. Que en Europa, según, ya lo vetarán de por vida y no sé qué tantas mentiras más. La mala leche de este tipo, pesado y conservador hasta el tuétano, me agrió mi rico aperitivo.
Al llegar al metro, en la estación Periférico oriente, que es la que tomo con regularidad actualmente, me recibió un pequeño grupo de manifestantes que se negaban al aumento en el precio del metro e incitaban a los usuarios a ejecutar el #posmesalto. Y pos me salté; con gran agilidad, por cierto. Pensé que su propuesta era tan lícita como perecedera. ¿Cuánto tiempo estarán en las taquillas del metro?
Al llegar al trabajo todos comentaban que pos se saltaron y que, en algunos casos, era más a fuerza que por voluntad, pues dijeron que en muchas estaciones si no te saltabas, te sapeaban. ¿Qué se hace en esos casos? Luego ya vino la carcajada dolorosa al ver imágenes de gente que al brincar los torniquetes se pegaban, tropezaban o derramaban el licuado en el intento por flanquear la tarifa. Sí, jaja, pero, ayay: los dos pesos extra, con todo y todo, ahí siguen (y seguirán).
Al transladarme a mi segundo trabajo (porque con uno pues no sale), viví un inusual infierno subterráneo. Tuve que ver pasar más de tres trenes antes de subirme, a empujones, al metro Auditorio (al que también entré con un buen brinco). Luego, tardó años en avanzar y como pude arribé hasta Zapata ya sin el anhelo de llegar a la chamba.
Decidido a no perder este viernes, que no por ser 13 dejó de ser viernes, me lancé al centro a ver una expo con formato de estudios abiertos. Arte, chelas, gente interesante. Todo pintaba bien. Ni madres.
Al intentar transbordar a la línea 3, ahí en Zapata donde perdí toda esperanza de llegar al segundo trabajo, fue, de nuevo, imposible subirse a un tren. Pasaron al menos cinco bólidos naranjas y tardó más de una hora y media para llegar a Balderas, mi destino. Hora y media donde uno hace, con suerte, unos 25 minutos.
Luego de ver la expo, platicar con gente interesante y tomarme una chela, hice una pequeña escala en la Condesa con unos amigos para ir a un brindis de fin de año con unas personas jóvenes dedicadas a la labor política desde ONG´s, o algo así. Entre los asistentes estaban el hijo de Quadri, el ex candidato presidencial, y el junior de Encinas. Ahí nomás.
Sin emitir ningún juicio sobre ese brindis, sólo describiré lo que vi y oí en media hora: un grupo de lentudos con dinero que abusaban de la palabra "progresistas" y escuchaban "El vals del obrero" de Ska-P. Pregunta aparte: ¿Qué están haciendo las generaciones jóvenes para negociar el futuro en este país?
Y ahora sí vienen los putazos. De vuelta a casa retomé la línea 12. Es, como muchos saben, una línea pacífica, tranquila, nueva, bonita, limpia de publicidad y vendedores. Pues ahí tenían que en este viernes 13 se apareció un vendedor. De pan: donas y empanadas paseadas; pa llevar comiendo.
Me saqué de onda, pero no le puse atención hasta que alguien bajó la palanca de emergencias. El metro se detuvo, fue un inspector del metro para ver qué pasaba y la queja del joven era "no quiero a este vendedor en mi línea". El vendedor se puso loco y le cantó un tiro, pero no pasó a mayores. El inspector le pidió dejar de vender y que se moviera unos vagones adelante. Cerraron las puertas y el vendedor, como si no hubiera pasado nada, continuó vendiendo su pan.
Encabronado este joven, incitó a otro pasajero para ir a detenerlo a como diera lugar. Se pararon de sus asientos y de buenas a primeras llegaron y le empezaron a dar al ambulante. Se hizo la cámara húngara, y se escuchaban, como en el barrio, gritos típicos mexicanos: "¡ábranse, ábranse, déjalos que se den!" o el clásico: "¡tiro limpio, que sea entre dos!". Eso fue con el metro andando.
Mucha gente alrededor de los peleadores, emitía sus opiniones a gritos: Una señora con mandil: "déjenlo que venda, no viene haciendo nada malo"; un chaca rapado: "el rojillo ese hijo de su puta madre nomás la viene haciendo de a pedo, ¡bájenlo!". Entre otras.
Los policias y el inspector, luego de admirar en primera fila todo el show, tomaron medidas, los separaron y bajaron a los dos que empezaron la agresión; el vendedor, con toda su mercancia intacta, se quedó en el tren, siguiendo el viaje.
Yo grabé parte de la rebambaramba y en corto todos los que estaban a favor del vendedor me echaron unas miradas que me intimidaron a madres. En medio de mi pánico interno, dije con una sonrisita de pendejo: "al rato lo subo al YouTube, para que sus esposas les crean que sí pasó".
¿Y qué creen? Que se echaron a reír y hasta me pidieron que se los pasara por blu-tut. Entre carcajadas y comadreo aproveché para preguntarle al vendedor su opinión por lo que acababa de vivir. Más o menos esto fue lo que dijo:
"Mira carnal, yo no vengo ofendiendo al usuario, vengo ofreciendo mis panes porque de eso vivo. Mantengo a la señora y a dos niñas y no me voy a conformar con el mugroso salario mínimo de 50 varos. Yo gracias a dios con esto gano 5 o 6 salarios mínimos y de eso la armo. Ya le había dicho al operador que me diera chance y no hubo bronca. El pedo es cuando se me ponen al tiro los chamacos y pues uno tiene que defenderse. Esto estuvo tranquilo; cuando toca operativo los domingos también nos damos en la madre y ahí es contra seis o siete puercos que te tiran de toletasos en las patas. Ahorita por eso el inspector me dio viada y no me bajó. ¿Tú qué harías si llegan y te ponen en la madre por chambear?".
Cuando acabó su discurso, medio metro le aplaudió. "Sí, a huevo, mijo, que no se pasen de acá"; "A últimas qué se meten contigo, nosotros somos tus clientes", le decían vitoreando. El metro en ese momento se volvió una plaza pública tremenda y caliente.
A uno de los que me pidieron el video le lancé la pregunta sobre el aumento del metro. Que me dice: "Está bien que la gente no acepte el aumento, pero no te vienes a desquitar con el caído. Sí, está mal lo que hace (el vendedor), está rompiendo reglas, pero no hay gente que tiene que decirle algo y ese alguien no es usuario de a pie. Los que se manifiestan deberían ir contra los que deveras. Este güey sólo hace su chamaba y a últimas si le quieren comprar es pedo de cada uno". Otra ovación masiva.
Me bajé y conmigo unos cuantos. "¿Entonces sí lo vas a subir al YouTube?, Dime cómo le vas a poner para verlo", alguien me preguntó. Le di el avión y adiós.
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El otro viernes 13 de este año, que fue, si no me equivoco, en septiembre, sucedió el violento y terrible desalojo de los maestros del zócalo capitalino y se alistaban unas falsas y vacías fiestas patrias con el primer grito de, bueno, ustedes saben de quién.
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No sé qué tan descabellado es pensar que México vive actualmente una especie de viernes 13 perpetuo. Esta reformitis que le dio al poder legislativo este año sentó muchas cosas que serán de suma trascendencia para la vida cotidiana de todos los que vivimos aquí: la reforma energética (que alzará los precios de todo), la educativa (que generó una oposición terca y de resistencia polémica), la ley antimarchas (qué pedo, neta qué pedo con eso) y otras que me son difíciles de enumerar.
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En todo este rollo sé que algunos pensaron: "el pinche PRI". Aguas: si las cosas están como están no es sólo por un partido político ("ya quisieran los desgraciados", diría mi abuelita); esto se debe a una profundísima crisis social que se caracteriza por lo que todos ya sabemos: conformismo, soberbia, rencor, desorganización y un largo etcétera.
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Feliz viernes 13, putos.
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