lunes, 4 de abril de 2011

Las superficies de David Huerta

Entrevista al poeta David Huerta


-¿Usted cree en la bibliomancia?
-Sí, cómo no, es un ejercicio fascinante. Te da respuestas extraordinarias.
-¿Quiere hacer bibliomancia con El libro de la imaginación compilado por Edmundo Valadés?
-Claro que sí. Me pregunto, ¿qué va a pasar con las redes sociales en mi vida?

Toma el librito editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) donde trabajó durante más de cinco años y le pide a un alumno de la Facultad de Filosofía y Letras (FFL) un número superior a 10. Le contesta 47. Luego pide otra cifra menor a 50. Otra, una alumna, le dice 9. Abre en la página 47 y busca la novena línea. Lee y se ríe como si lo que ve fuera una broma hecha por el azar o por el propio universo: encuentra una respuesta extraordinaria.

Y comparte su bibliomancia: “Ignorante como soy de las cosas del pasado . . . y del presente, sólo advertí lo que de modernísimo existía en aquel pedazo de arcilla, modelada con tanta elegancia por la mano del indio, y sin fijarme que estaba ante un venerable documento de la antigüedad exclamé, con una frase socorrida, de profano, pero que reflejaba mi emoción ante la belleza: ¡ Qué maravilla!”  Para terminar su ejercicio sagrado exclama “¡Cómo no voy a creer en la bibliomancia!”.

          David Huerta no tiene una cuenta de Twitter y por eso se preguntó acerca de su futuro en las redes sociales. “Ya no me da tiempo de entrarle a estos inventos. Escribo mis correos electrónicos con mucho gusto, oigo mucha música en los aparatos modernos, tengo un iPad, pero ya no me da tiempo de entrar en las redes sociales y la tweeteratura me parece una vacilada, un pasatiempo, pero seguramente sería injusto. Estoy hablando como burro, pero mi consigna es: todos a la retaguardia, vamos a leer la poesía y las odas de Horacio, no leamos tweeteratura”.

Se sabe conservador frente a este movimiento respaldado por el propio Consejo Nacional para la cultura y las Artes (Conaculta). “Prefiero leer el Ulises de Joyce o Paradiso de Lezama Lima, no 140 caracteres. Soy un lector en serie. Los lectores de Twitter se me hacen microlectores, porque leen microtextos. Y no quiero ser un profanador, pero ¿qué se puede decir en 140 caracteres? Muy poco”.

Quizás porque se sabe reticente de lo que llaman tweeteratura se niega a utilizar este medio. Y quizás por lo mismo le causó tanto sentido que su bibliomancia (que es un simple juego de azar que consiste en hacerse una pregunta y abrir un libro de los llamados “infinitos” en búsqueda de una respuesta) le dijera que él no es para esos trotes, que para él Twitter es un invento del presente que él ve a distancia por su arraigamiento en la verdadera literatura.

La FFL parece ser el ambiente ideal para un poeta como David Huerta. Ahí da la clase de Literatura y diversidad. Y se lleva de tú con sus alumnos, que le dicen David y lo abrazan mientras caminan juntos por el pasillo. Se sabe el nombre de Catalina, Javier, Carlos, Emiliano y del alumno que no fue.

También se sabe el nombre de Alberto. Alberto Chimal, por supuesto. Él también fue su alumno y hoy es un escritor que publica libros, artículos en revistas especializadas y que se ha ganado el respeto de la comunidad lectora de la Ciudad de México. Una diferencia con su maestro, es que Chimal sí tweetea.

-Maestro Huerta, respeto mucho su postura frente a la tweeteratura porque usted es una autoridad sobre la literatura.
-No, que va, autoridad es Alberto Chimal, Alberto Ruy Sánchez. Todos se llaman Alberto.
-Pero Alberto Chimal fue su alumno.
-No, es mi maestro. Era mi alumno pero ya se volvió mi maestro.

Es humilde a pesar de que ha publicado libros sin parar desde 1972: El jardín de la luz, Cuaderno de noviembre, La sombra de los perros, Versión, Hacia la superficie y su clásico Incurable, entre otros. Es manso frente a sí mismo, “no me hagas caso de lo que te diga, no importa”.

¿A qué se deberá su aversión por Twitter? Su padre, Efraín Huerta, un día le dio a bien inventar los poemínimos, pequeñas composiciones claras y concisas que muchas veces eran inferiores a los 140 caracteres. “Por supuesto, los aforismos, los epigramas, los mini poemas, los poemínimos de mi papá, son géneros, literalmente, menores”.

David Huerta, más que el hijo de una eminencia en la poesía mexicana del siglo XX, es un poeta que le ha dado personalidad propia a su nombre sin necesidad de que se le compare freudianamente con su padre. Él prefiere los libros gordos, lo extenso (tanto leerlos como escribirlos). Es difícil saber si es a conciencia para diferenciarse de su padre Efraín Huerta o simplemente si así se desarrolló su capacidad poética.

“Mucha gente habla de mi padre, yo por eso prefiero hablar de mi madre: El nombre de mi mamá figura al frente de mi primera publicación poética; es la dedicatoria principal de mi primer libro, El jardín de la luz, que apareció en 1972. Mi madre murió el año anterior, en octubre de 1971 y ella fue la persona que a mí me formó, me orientó, que me dio una serie de ideas, que me presentó valores y que me pudo hacer sentir cuál es la médula de esos valores. Era una persona con un buen bagaje literario, con una conversación extraordinaria, no siendo ella una escritora propiamente, era trabajadora social, que aún así conversaba de todo, de lo divino con una gran brillantez y un gran sentido del humor. Mi mamá: Doña Mireya Bravo Munguia”.

Suena un poco raro la palabra “mamá” en un hombre de 61 años, con barba  y cabello blanco, pero para David Huerta no cuesta nada decirlo. Y aunque no le es difícil mencionar a su madre, al momento de elegir su nombre de autor decidió no llevar más el Bravo, al menos no en sus publicaciones.

Su madre, su padre, sus alumnos, Twitter, sus amigos y la bibliomancia, todo esto, son superficies, planos del existir, fragmentos de la realidad que pueden ser oscuras, frías o todo lo contrario.

Las superficies son una constante en la obra poética de David Huerta y no se siente un ser superficial, al menos no en el sentido peyorativo. “La profundidad está sobrevalorada. Entonces hay que revalorar la superficie. Uno de los elogios de cajón a una persona inteligente es que es profundo. Y las descalificaciones dicen “es muy superficial”. Las superficies tienen también de qué hablar. La piel es superficial y es lo que vuelve locos a los amantes”.

Además de la piel, Huerta también ha explorado la superficie del color azul. “El azul en la flama es el oxigeno de la llama. El oxigeno que quema y limpia, lo que respiramos. Pero también la palabra azul tiene un origen fascinante que viene del árabe que está en nuestra lengua. Además tiene un resquicio literario enorme, es el título de uno de los grandes libros de Rubén Darío. Es el color del cielo y el cielo es el gran órgano de los sentimientos; es una extraña superficie. Es al mismo tiempo lo contrario de una superficie. Y también lo contrario de una profundidad: es hondura, es intangibilidad. Azul es una palabra que convoca todas las experiencias atmosféricas, literarias y lingüísticas.”

Desde su banca de alumno de la FFL contesta siempre con un talante de calma. Sonríe si su cuerpo se lo pide, pero no endurece el gesto si algo le desagrada. Se parece un poco a Alejandro Jodorowsky: nariz mediana un poco aguileña y piel blanca. Tan alto como una regla de un metro con 70 centímetros, quizás más pero no quizás menos, pero con él aplica eso de medir la estatura de su cabeza hacia el cielo o, mejor dicho, de su torre inmensa de libros leídos hacia el infinito.

Además de escribir poesía, Huerta ha tocado con la carne de la experiencia otras superficies, como la política. Aunque afirma “no quiero saber nada de ese mundo ya”, no niega la relación íntima entre poesía y política. "El gran poema fundador de occidente, La Eneida, es un libro político. Es un poema escrito para legitimar el imperio de César Augusto, es un poema puesto al servicio del Estado, comprometido con el poder. Más político no se puede”.

-Pero en su caso, su poesía no está comprometida con nada.
-No, porque el compromiso me parece un canal poco profundo, a mí me gusta bucear. Si te avientas por el canal del compromiso te estrellas porque hay poquita agua. No se puede nadar ahí, no se puede explorar. Lo que a mí me interesa es el radicalismo de la expresión y de la experiencia, como un contraste con el compromiso.

Ahora, yo me considero una persona de izquierda. Definitivamente. Fui miembro del Partido Comunista Mexicano, fui fundador del Partido Socialista de México, fui militante en el movimiento estudiantil de 1968. Toda mi vida he estado empapado de política, pero también de poesía.

-¿Y por qué me dice que ya está olvidada toda esa parte política?
-Porque ya son demasiadas las decepciones. Las crisis de impotencia. El periodismo de opinión no sirve para nada. La militancia política, tal y como están los partidos ahora, tampoco sirve para nada. La participación en las organizaciones ciudadanas no sirve para nada. Mi apuesta es por la educación. Dar clases lo mejor que pueda y tratando de no ser un cretino. Ese es mi compromiso político y decir que las cosas están mal cuando se pueda, que casi nadie oye, pero de todas maneras lo hago.
Ese día, en su clase de Literatura y diversidad, condenó el asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia sucedido días anteriores. Leyó “Los sobrevivientes” de ese poeta y al final compartió con sus alumnos su enojo por lo que pasa en este país. Su rostro estaba enfurecido, rojo de coraje, lo que provocó que todos guardaran silencio y escucharan la queja política de David Huerta de forma pasiva.

         Otra superficie que conoce bien el maestro Huerta es la de las artes visuales y la pintura. “Muchos años tuve amistad con algunos pintores y estoy muy orgulloso de haber colaborado con todos ellos. Uno de ellos es el pintor oaxaqueño Francisco Toledo  y otro es el pintor Gunther Gerzso, colaboré con ellos con gran entusiasmo y también con los camaradas Castro Leñero, Alberto, Miguel y José, con Gabriel Macotela, con Vicente Rojo”.

         En su poesía no existe dios (o sea, es una superficie casi intacta por el poeta), y no, confirma que no es creyente. “Se me puede llamar agnóstico, pero dios, en 61 años no se me ha manifestado. Se me ha manifestado el dolor del mundo de una manera brutal, descomedida. Podemos decir que soy un agnóstico manso. ¿Cuáles son las fuerzas divinas? No sé dónde están. Profundamente mi experiencia es profundamente secular. ¿Hay que tomar en serio la muerte de dios?”

         Incluso, en su vida hay falsas superficies, terrenos que parece que toca pero que no tienen mayor relevancia con su quehacer poético ni ensayístico. Por ejemplo, el posmodernismo, que parece que lo abarca porque habla de individuos que viven un simulacro y no una vida y de personas que no creen más en nada. “Yo no he leído a Lyotard, el filosofo de esta corriente. Para mi el posmodernismo es un movimiento arquitectónico y de urbanística”.

De lo que sí habla en su poesía, confiesa, es sobre las ciudades. “Hablo sobre las ciudades, sobre los conflictos, sobre la soledad, el desconsuelo, la descomposición de la vida: son temas grandiosos y no tienen nada que ver con el posmodernismo aunque parezca que sí”.

Pero hay una superficie que es eterna y a la que está pegado todos los días: ser el mismo, ser David Huerta.

-Y, ¿quién es David Huerta?

Y su respuesta será más bien un falso resumen, una superficie elaborada para contestar, pero, como se leyó, David Huerta es una maraña de superficies, un tesoro de experiencias de vida en el país del lenguaje.



-Soy un poeta mexicano madurado en la segunda mitad del siglo XX cuya experiencia fundamental gira en torno de la vida en la Ciudad de México.

2 comentarios:

  1. David Huerta es un poeta difícil de leer; y ahí está una de sus grandes maravillas: hay que "profundizar" en su lectura para descubrir su "superficie" (y su profundidad en muchos casos, aunque diga que no hay tal). Sospecho que la fama que tiene existe más por los muy pocos buenos lectores de poesía que por los muchos medianos o malos lectores. Sin duda su renombre es merecido. Lean su poesía, coméntenla, no por él, sino porque el resplandor de su poesía lo vale.

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  2. El azul en la flama, maravilloso, incurable.

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