Entrevista al poeta David Huerta
-¿Usted cree en la bibliomancia?
-Sí, cómo no, es un ejercicio fascinante. Te da respuestas
extraordinarias.
-¿Quiere hacer bibliomancia con El libro de la imaginación compilado por Edmundo Valadés?
-Claro que sí. Me pregunto, ¿qué va a pasar con las redes sociales
en mi vida?
Toma el librito editado por el Fondo de
Cultura Económica (FCE) donde trabajó durante más de cinco años y le pide a un
alumno de la Facultad de Filosofía y Letras (FFL) un número superior a 10. Le
contesta 47. Luego pide otra cifra menor a 50. Otra, una alumna, le dice 9.
Abre en la página 47 y busca la novena línea. Lee y se ríe como si lo que ve
fuera una broma hecha por el azar o por el propio universo: encuentra una
respuesta extraordinaria.
Y comparte su bibliomancia: “Ignorante como soy de las cosas del pasado
. . . y del presente, sólo advertí lo que de modernísimo existía en aquel
pedazo de arcilla, modelada con tanta elegancia por la mano del indio, y sin
fijarme que estaba ante un venerable documento de la antigüedad exclamé, con
una frase socorrida, de profano, pero que reflejaba mi emoción ante la belleza:
¡ Qué maravilla!” Para terminar su
ejercicio sagrado exclama “¡Cómo no voy a creer en la bibliomancia!”.
David Huerta no tiene una cuenta
de Twitter y por eso se preguntó acerca de su futuro en las redes sociales. “Ya no me da tiempo de entrarle a estos inventos.
Escribo mis correos electrónicos con mucho gusto, oigo mucha música en los
aparatos modernos, tengo un iPad, pero ya no me da tiempo de entrar en las
redes sociales y la tweeteratura me
parece una vacilada, un pasatiempo, pero seguramente sería injusto. Estoy
hablando como burro, pero mi consigna es: todos a la retaguardia, vamos a leer
la poesía y las odas de Horacio, no leamos tweeteratura”.
Se sabe conservador frente a este movimiento
respaldado por el propio Consejo Nacional para la cultura y las Artes
(Conaculta). “Prefiero leer el Ulises
de Joyce o Paradiso de Lezama Lima,
no 140 caracteres. Soy un lector en serie. Los lectores de Twitter se me hacen
microlectores, porque leen microtextos. Y no quiero ser un profanador, pero
¿qué se puede decir en 140 caracteres? Muy poco”.
Quizás porque se sabe reticente de lo que llaman tweeteratura se niega a utilizar este
medio. Y quizás por lo mismo le causó tanto sentido que su bibliomancia (que es
un simple juego de azar que consiste en hacerse una pregunta y abrir un libro
de los llamados “infinitos” en búsqueda de una respuesta) le dijera que él no
es para esos trotes, que para él Twitter es un invento del presente que él ve a
distancia por su arraigamiento en la verdadera literatura.
La FFL parece ser el ambiente ideal para un poeta
como David Huerta. Ahí da la clase de Literatura y diversidad. Y se lleva de tú
con sus alumnos, que le dicen David y lo abrazan mientras caminan juntos por el
pasillo. Se sabe el nombre de Catalina, Javier, Carlos, Emiliano y del alumno
que no fue.
También se sabe el nombre de Alberto. Alberto Chimal,
por supuesto. Él también fue su alumno y hoy es un escritor que publica libros,
artículos en revistas especializadas y que se ha ganado el respeto de la
comunidad lectora de la Ciudad de México. Una diferencia con su maestro, es que
Chimal sí tweetea.
-Maestro
Huerta, respeto mucho su postura frente a la tweeteratura porque usted es una autoridad sobre la literatura.
-No,
que va, autoridad es Alberto Chimal, Alberto Ruy Sánchez. Todos se llaman
Alberto.
-Pero
Alberto Chimal fue su alumno.
-No,
es mi maestro. Era mi alumno pero ya se volvió mi maestro.
Es humilde a pesar de que ha publicado libros sin
parar desde 1972: El jardín de la luz,
Cuaderno de noviembre, La sombra de los perros, Versión, Hacia la superficie y su clásico Incurable, entre otros. Es manso frente a sí mismo, “no me hagas
caso de lo que te diga, no importa”.
¿A qué se deberá su aversión por Twitter? Su padre,
Efraín Huerta, un día le dio a bien inventar los poemínimos, pequeñas
composiciones claras y concisas que muchas veces eran inferiores a los 140
caracteres. “Por supuesto, los aforismos, los epigramas, los mini poemas, los
poemínimos de mi papá, son géneros, literalmente, menores”.
David Huerta, más que el hijo de una eminencia en la
poesía mexicana del siglo XX, es un poeta que le ha dado personalidad propia a
su nombre sin necesidad de que se le compare freudianamente con su padre. Él
prefiere los libros gordos, lo extenso (tanto leerlos como escribirlos). Es
difícil saber si es a conciencia para diferenciarse de su padre Efraín Huerta o
simplemente si así se desarrolló su capacidad poética.
“Mucha gente habla de mi padre, yo por eso prefiero
hablar de mi madre: El nombre de mi mamá figura al frente de mi primera
publicación poética; es la dedicatoria principal de mi primer libro, El jardín de la luz, que apareció en
1972. Mi madre murió el año anterior, en octubre de 1971 y ella fue la persona
que a mí me formó, me orientó, que me dio una serie de ideas, que me presentó
valores y que me pudo hacer sentir cuál es la médula de esos valores. Era una
persona con un buen bagaje literario, con una conversación extraordinaria, no
siendo ella una escritora propiamente, era trabajadora social, que aún así
conversaba de todo, de lo divino con una gran brillantez y un gran sentido del
humor. Mi mamá: Doña Mireya Bravo Munguia”.
Suena un poco raro la palabra “mamá” en un hombre de
61 años, con barba y cabello
blanco, pero para David Huerta no cuesta nada decirlo. Y aunque no le es
difícil mencionar a su madre, al momento de elegir su nombre de autor decidió
no llevar más el Bravo, al menos no en sus publicaciones.
Su madre, su padre, sus alumnos, Twitter, sus amigos
y la bibliomancia, todo esto, son superficies, planos del existir, fragmentos
de la realidad que pueden ser oscuras, frías o todo lo contrario.
Las superficies son una constante en la obra poética
de David Huerta y no se siente un ser superficial, al menos no en el sentido
peyorativo. “La profundidad está sobrevalorada. Entonces hay que revalorar la
superficie. Uno de los elogios de cajón a una persona inteligente es que es
profundo. Y las descalificaciones dicen “es muy superficial”. Las superficies
tienen también de qué hablar. La piel es superficial y es lo que vuelve locos a
los amantes”.
Además de la piel, Huerta también ha explorado la
superficie del color azul. “El azul en la flama es el oxigeno de la llama. El
oxigeno que quema y limpia, lo que respiramos. Pero también la palabra azul
tiene un origen fascinante que viene del árabe que está en nuestra lengua.
Además tiene un resquicio literario enorme, es el título de uno de los grandes
libros de Rubén Darío. Es el color del cielo y el cielo es el gran órgano de
los sentimientos; es una extraña superficie. Es al mismo tiempo lo contrario de
una superficie. Y también lo contrario de una profundidad: es hondura, es
intangibilidad. Azul es una palabra que convoca todas las experiencias
atmosféricas, literarias y lingüísticas.”
Desde su banca de alumno de la FFL contesta siempre
con un talante de calma. Sonríe si su cuerpo se lo pide, pero no endurece el
gesto si algo le desagrada. Se parece un poco a Alejandro Jodorowsky: nariz
mediana un poco aguileña y piel blanca. Tan alto como una regla de un metro con
70 centímetros, quizás más pero no quizás menos, pero con él aplica eso de
medir la estatura de su cabeza hacia el cielo o, mejor dicho, de su torre
inmensa de libros leídos hacia el infinito.
Además de escribir poesía, Huerta ha tocado con la
carne de la experiencia otras superficies, como la política. Aunque afirma “no quiero
saber nada de ese mundo ya”, no niega la relación íntima entre poesía y
política. "El gran poema fundador de occidente, La Eneida, es un libro
político. Es un poema escrito para legitimar el imperio de César Augusto, es un
poema puesto al servicio del Estado, comprometido con el poder. Más político no
se puede”.
-Pero
en su caso, su poesía no está comprometida con nada.
-No,
porque el compromiso me parece un canal poco profundo, a mí me gusta bucear. Si
te avientas por el canal del compromiso te estrellas porque hay poquita agua.
No se puede nadar ahí, no se puede explorar. Lo que a mí me interesa es el
radicalismo de la expresión y de la experiencia, como un contraste con el
compromiso.
Ahora, yo me considero una persona de izquierda.
Definitivamente. Fui miembro del Partido Comunista Mexicano, fui fundador del
Partido Socialista de México, fui militante en el movimiento estudiantil de
1968. Toda mi vida he estado empapado de política, pero también de poesía.
-¿Y
por qué me dice que ya está olvidada toda esa parte política?
-Porque
ya son demasiadas las decepciones. Las crisis de impotencia. El periodismo de
opinión no sirve para nada. La militancia política, tal y como están los
partidos ahora, tampoco sirve para nada. La participación en las organizaciones
ciudadanas no sirve para nada. Mi apuesta es por la educación. Dar clases lo
mejor que pueda y tratando de no ser un cretino. Ese es mi compromiso político
y decir que las cosas están mal cuando se pueda, que casi nadie oye, pero de
todas maneras lo hago.
Ese día, en su clase de Literatura y
diversidad, condenó el asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia sucedido
días anteriores. Leyó “Los sobrevivientes” de ese poeta y al final compartió
con sus alumnos su enojo por lo que pasa en este país. Su rostro estaba
enfurecido, rojo de coraje, lo que provocó que todos guardaran silencio y
escucharan la queja política de David Huerta de forma pasiva.
Otra superficie que conoce bien el maestro
Huerta es la de las artes visuales y la pintura. “Muchos años tuve amistad con
algunos pintores y estoy muy orgulloso de haber colaborado con todos ellos. Uno
de ellos es el pintor oaxaqueño Francisco Toledo y otro es el pintor Gunther Gerzso, colaboré con ellos con
gran entusiasmo y también con los camaradas Castro Leñero, Alberto, Miguel y
José, con Gabriel Macotela, con Vicente Rojo”.
En su poesía no existe dios (o sea, es una
superficie casi intacta por el poeta), y no, confirma que no es creyente. “Se
me puede llamar agnóstico, pero dios, en 61 años no se me ha manifestado. Se me
ha manifestado el dolor del mundo de una manera brutal, descomedida. Podemos
decir que soy un agnóstico manso. ¿Cuáles son las fuerzas divinas? No sé dónde
están. Profundamente mi experiencia es profundamente secular. ¿Hay que tomar en
serio la muerte de dios?”
Incluso, en su vida hay falsas superficies,
terrenos que parece que toca pero que no tienen mayor relevancia con su
quehacer poético ni ensayístico. Por ejemplo, el posmodernismo, que parece que
lo abarca porque habla de individuos que viven un simulacro y no una vida y de
personas que no creen más en nada. “Yo no he leído a Lyotard, el filosofo de
esta corriente. Para mi el posmodernismo es un movimiento arquitectónico y de
urbanística”.
De lo que sí habla en su poesía, confiesa, es sobre
las ciudades. “Hablo sobre las ciudades, sobre los conflictos, sobre la
soledad, el desconsuelo, la descomposición de la vida: son temas grandiosos y
no tienen nada que ver con el posmodernismo aunque parezca que sí”.
Pero hay una superficie que es eterna y a la que está
pegado todos los días: ser el mismo, ser David Huerta.
-Y,
¿quién es David Huerta?
Y su respuesta será más bien un falso resumen, una
superficie elaborada para contestar, pero, como se leyó, David Huerta es una
maraña de superficies, un tesoro de experiencias de vida en el país del
lenguaje.
-Soy
un poeta mexicano madurado en la segunda mitad del siglo XX cuya experiencia
fundamental gira en torno de la vida en la Ciudad de México.
David Huerta es un poeta difícil de leer; y ahí está una de sus grandes maravillas: hay que "profundizar" en su lectura para descubrir su "superficie" (y su profundidad en muchos casos, aunque diga que no hay tal). Sospecho que la fama que tiene existe más por los muy pocos buenos lectores de poesía que por los muchos medianos o malos lectores. Sin duda su renombre es merecido. Lean su poesía, coméntenla, no por él, sino porque el resplandor de su poesía lo vale.
ResponderEliminarEl azul en la flama, maravilloso, incurable.
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