sábado, 14 de diciembre de 2013

México es un viernes 13

Confirmé mis sospechas. Este viernes 13 se hizo vigente en todas sus condiciones de terror e inquisición descabellada. Les contaré brevemente lo que viví ese día tan especial y lo que pienso de eso. Les adelanto que todo acabó en putazos.

Por la mañana, inicié el día con un delicioso sandwich de jamón con manzana y queso de cabra aderezado con nuez. Mientras lo deleitaba prendí la TV y en el zapping me detuve en el canal 4. Se proyectaba una nota súper tendenciosa de Esteban Arce en contra del derecho del aborto. Que en Europa, según, ya lo vetarán de por vida y no sé qué tantas mentiras más. La mala leche de este tipo, pesado y conservador hasta el tuétano, me agrió mi rico aperitivo. 

Al llegar al metro, en la estación Periférico oriente, que es la que tomo con regularidad actualmente, me recibió un pequeño grupo de manifestantes que se negaban al aumento en el precio del metro e incitaban a los usuarios a ejecutar el #posmesalto. Y pos me salté; con gran agilidad, por cierto. Pensé que su propuesta era tan lícita como perecedera. ¿Cuánto tiempo estarán en las taquillas del metro? 

Al llegar al trabajo todos comentaban que pos se saltaron y que, en algunos casos, era más a fuerza que por voluntad, pues dijeron que en muchas estaciones si no te saltabas, te sapeaban. ¿Qué se hace en esos casos? Luego ya vino la carcajada dolorosa al ver imágenes de gente que al brincar los torniquetes se pegaban, tropezaban o derramaban el licuado en el intento por flanquear la tarifa. Sí, jaja, pero, ayay: los dos pesos extra, con todo y todo, ahí siguen (y seguirán). 

Al transladarme a mi segundo trabajo (porque con uno pues no sale), viví un inusual infierno subterráneo. Tuve que ver pasar más de tres trenes antes de subirme, a empujones, al metro Auditorio (al que también entré con un buen brinco). Luego, tardó años en avanzar y como pude arribé hasta Zapata ya sin el anhelo de llegar a la chamba. 

Decidido a no perder este viernes, que no por ser 13 dejó de ser viernes, me lancé al centro a ver una expo con formato de estudios abiertos. Arte, chelas, gente interesante. Todo pintaba bien. Ni madres. 

Al intentar transbordar a la línea 3, ahí en Zapata donde perdí toda esperanza de llegar al segundo trabajo, fue, de nuevo, imposible subirse a un tren. Pasaron al menos cinco bólidos naranjas y tardó más de una hora y media para llegar a Balderas, mi destino. Hora y media donde uno hace, con suerte, unos 25 minutos. 

Luego de ver la expo, platicar con gente interesante y tomarme una chela, hice una pequeña escala en la Condesa con unos amigos para ir a un brindis de fin de año con unas personas jóvenes dedicadas a la labor política desde ONG´s, o algo así. Entre los asistentes estaban el hijo de Quadri, el ex candidato presidencial, y el junior de Encinas. Ahí nomás. 

Sin emitir ningún juicio sobre ese brindis, sólo describiré lo que vi y oí en media hora: un grupo de lentudos con dinero que abusaban de la palabra "progresistas" y escuchaban "El vals del obrero" de Ska-P. Pregunta aparte: ¿Qué están haciendo las generaciones jóvenes para negociar el futuro en este país? 

Y ahora sí vienen los putazos. De vuelta a casa retomé la línea 12. Es, como muchos saben, una línea pacífica, tranquila, nueva, bonita, limpia de publicidad y vendedores. Pues ahí tenían que en este viernes 13 se apareció un vendedor. De pan: donas y empanadas paseadas; pa llevar comiendo. 

Me saqué de onda, pero no le puse atención hasta que alguien bajó la palanca de emergencias. El metro se detuvo, fue un inspector del metro para ver qué pasaba y la queja del joven era "no quiero a este vendedor en mi línea". El vendedor se puso loco y le cantó un tiro, pero no pasó a mayores. El inspector le pidió dejar de vender y que se moviera unos vagones adelante. Cerraron las puertas y el vendedor, como si no hubiera pasado nada, continuó vendiendo su pan. 

Encabronado este joven, incitó a otro pasajero para ir a detenerlo a como diera lugar. Se pararon de sus asientos y de buenas a primeras llegaron y le empezaron a dar al ambulante. Se hizo la cámara húngara, y se escuchaban, como en el barrio, gritos típicos mexicanos: "¡ábranse, ábranse, déjalos que se den!" o el clásico: "¡tiro limpio, que sea entre dos!". Eso fue con el metro andando. 

Mucha gente alrededor de los peleadores, emitía sus opiniones a gritos: Una señora con mandil: "déjenlo que venda, no viene haciendo nada malo"; un chaca rapado: "el rojillo ese hijo de su puta madre nomás la viene haciendo de a pedo, ¡bájenlo!". Entre otras. 

Los policias y el inspector, luego de admirar en primera fila todo el show, tomaron medidas, los separaron y bajaron a los dos que empezaron la agresión; el vendedor, con toda su mercancia intacta, se quedó en el tren, siguiendo el viaje. 

Yo grabé parte de la rebambaramba y en corto todos los que estaban a favor del vendedor me echaron unas miradas que me intimidaron a madres. En medio de mi pánico interno, dije con una sonrisita de pendejo: "al rato lo subo al YouTube, para que sus esposas les crean que sí pasó". 

¿Y qué creen? Que se echaron a reír y hasta me pidieron que se los pasara por blu-tut. Entre carcajadas y comadreo aproveché para preguntarle al vendedor su opinión por lo que acababa de vivir. Más o menos esto fue lo que dijo:

  
                   


"Mira carnal, yo no vengo ofendiendo al usuario, vengo ofreciendo mis panes porque de eso vivo. Mantengo a la señora y a dos niñas y no me voy a conformar con el mugroso salario mínimo de 50 varos. Yo gracias a dios con esto gano 5 o 6 salarios mínimos y de eso la armo. Ya le había dicho al operador que me diera chance y no hubo bronca. El pedo es cuando se me ponen al tiro los chamacos y pues uno tiene que defenderse. Esto estuvo tranquilo; cuando toca operativo los domingos también nos damos en la madre y ahí es contra seis o siete puercos que te tiran de toletasos en las patas. Ahorita por eso el inspector me dio viada y no me bajó. ¿Tú qué harías si llegan y te ponen en la madre por chambear?". 

Cuando acabó su discurso, medio metro le aplaudió. "Sí, a huevo, mijo, que no se pasen de acá"; "A últimas qué se meten contigo, nosotros somos tus clientes", le decían vitoreando. El metro en ese momento se volvió una plaza pública tremenda y caliente. 

A uno de los que me pidieron el video le lancé la pregunta sobre el aumento del metro. Que me dice: "Está bien que la gente no acepte el aumento, pero no te vienes a desquitar con el caído. Sí, está mal lo que hace (el vendedor), está rompiendo reglas, pero no hay gente que tiene que decirle algo y ese alguien no es usuario de a pie. Los que se manifiestan deberían ir contra los que deveras. Este güey sólo hace su chamaba y a últimas si le quieren comprar es pedo de cada uno". Otra ovación masiva. 

Me bajé y conmigo unos cuantos. "¿Entonces sí lo vas a subir al YouTube?, Dime cómo le vas a poner para verlo", alguien me preguntó. Le di el avión y adiós. 

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El otro viernes 13 de este año, que fue, si no me equivoco, en septiembre, sucedió el violento y terrible desalojo de los maestros del zócalo capitalino y se alistaban unas falsas y vacías fiestas patrias con el primer grito de, bueno, ustedes saben de quién. 

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No sé qué tan descabellado es pensar que México vive actualmente una especie de viernes 13 perpetuo. Esta reformitis que le dio al poder legislativo este año sentó muchas cosas que serán de suma trascendencia para la vida cotidiana de todos los que vivimos aquí: la reforma energética (que alzará los precios de todo), la educativa (que generó una oposición terca y de resistencia polémica), la ley antimarchas (qué pedo, neta qué pedo con eso) y otras que me son difíciles de enumerar. 

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En todo este rollo sé que algunos pensaron: "el pinche PRI". Aguas: si las cosas están como están no es sólo por un partido político ("ya quisieran los desgraciados", diría mi abuelita); esto se debe a una profundísima crisis social que se caracteriza por lo que todos ya sabemos: conformismo, soberbia, rencor, desorganización y un largo etcétera. 

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Feliz viernes 13, putos. 

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sábado, 5 de noviembre de 2011

Sebastião Salgado

Para empezar, habría que decir que Sebastião Salgado sería el fotógrafo que La Jornada o Proceso querrían tener en su lista de nómina. Se caracteriza por apoyar a las luchas sociales, denunciar la pobreza, la miseria y por tener una brillante cabeza rapada. 

Este hombre brasileño de 67 años y nacido en Amoirés, una comunidad pequeña en Brasil, se inició en la fotografía relativamente tarde, pues fue hasta 1973, a sus 29 años, cuando tomó una cámara por primera vez. 

Luego de saber cuál era su pasión, se tomó muy en serio la vida y empezó a tirar disparos fotográficos para instituciones mundiales como la UNICEF, la OMS y Amnistía Internacional. También publicó más de 7 libros de su trabajo, donde sobresale Éxodo, y ha colaborado para distintos medios afines a su responsabilidad social. 

El máximo galardón que ha recibido fue, ni más ni menos, el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (ah, ¡entonces es artista!) en 1998. 

En pocas palabras, se puede decir que Salgado, desde su papel como activista gráfico, ha conseguido elevar sus fotografías al nivel del arte y se ha destacado por encarnar con luz la tragedia (y quizá la esperanza) de vivir en este mundo.

Lo que interesa a esta entrada es su trabajo fotográfico. Con Salgado funcionan dos palabras: blanco y negro. Se podría agregar el retoque digital, pero ese me lo reservo porque decir que un fotógrafo mete sus fotos a Photoshop es como decir que alguien bajó su tarea de Wikipedia. Pero que no se haga ese Salgado, si luego-luego se le nota un trabajo de postproducción (más complejos, evidentemente, que el Photoshop).


A continuación comento algunas fotos de Salgado. No son todas, ni mucho menos, pero rescato las que creo pueden ejemplificar lo destacado de su obra.


Como dato curioso, si ustedes meten "Sebastiao Salgado" en Google, les aparecerán 418 mil resultados en 0.19 segundos. ¿Topan su importancia?



Nótese que en esta foto, el punto de vista está colocado desde el lugar a quienes reclaman estos hombres, por encima de ellos y no con ellos (por eso creo que Salgado es eso que llama Gramsci: "intelectual orgánico").


Acá lo interesante no es la mujer desnuda, ni siquiera la mujer en sí, sino el lugar donde está y el trabajo gráfico que hace esa mano extraña sobre la piel de su pierna-nalga. Pura cultura. 


No me digan que esta no tiene retoque. ¿Ya vieron que el horizonte está en diagonal? ¿Se deberá a que la tomó mal, a que ese terreno está chueco o a que ya apropió los principios de la fotografía y ahora tiene sus propias reglas? 


Y qué tal la composición y la luz de ésta. Pffff. Lo de menos ahí son los pobres modelos. 


Ese niño es lo misterios de la foto. El puño arriba, la lucha de los trabajadores y la bebé en brazos qué. El niño. Por qué mira ese niño a la cámara. 


Me pregunto, ¿cómo se le hace con la cámara para capturar esos rayos de luz filtrados en ese sitio? 


Además de fotógrafo, Salgado es un valiente. Mira que subirse a esa altura nomás por una foto, no-no-no.   


Insisto: No es el morbo de la desnudez ni su belleza. Es lo que tienen pintado en sus piernas. ¿Por qué se pintan? 


Bueno, si no se sorprendieron con las anteriores, con esta no me digan que no se les hace el corazón chiquito y quieren ir corriendo a donar dinero para los pobres en África. 


Salgado es un fotógrafo que algunos llamarían "reportero gráfico", pero no creo que sólo haga eso, sino que el hombre se va a vivir esas situaciones y se somete a las experiencias de lo que captura, es decir, sufre un proceso de desclasamiento (perder su clase social y adaptarse a otra) para poder estar con esas realidades. Ahí la fuerza de sus fotografías. La composición, la luz y el horizonte vienen después. 






lunes, 4 de abril de 2011

Las superficies de David Huerta

Entrevista al poeta David Huerta


-¿Usted cree en la bibliomancia?
-Sí, cómo no, es un ejercicio fascinante. Te da respuestas extraordinarias.
-¿Quiere hacer bibliomancia con El libro de la imaginación compilado por Edmundo Valadés?
-Claro que sí. Me pregunto, ¿qué va a pasar con las redes sociales en mi vida?

Toma el librito editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) donde trabajó durante más de cinco años y le pide a un alumno de la Facultad de Filosofía y Letras (FFL) un número superior a 10. Le contesta 47. Luego pide otra cifra menor a 50. Otra, una alumna, le dice 9. Abre en la página 47 y busca la novena línea. Lee y se ríe como si lo que ve fuera una broma hecha por el azar o por el propio universo: encuentra una respuesta extraordinaria.

Y comparte su bibliomancia: “Ignorante como soy de las cosas del pasado . . . y del presente, sólo advertí lo que de modernísimo existía en aquel pedazo de arcilla, modelada con tanta elegancia por la mano del indio, y sin fijarme que estaba ante un venerable documento de la antigüedad exclamé, con una frase socorrida, de profano, pero que reflejaba mi emoción ante la belleza: ¡ Qué maravilla!”  Para terminar su ejercicio sagrado exclama “¡Cómo no voy a creer en la bibliomancia!”.

          David Huerta no tiene una cuenta de Twitter y por eso se preguntó acerca de su futuro en las redes sociales. “Ya no me da tiempo de entrarle a estos inventos. Escribo mis correos electrónicos con mucho gusto, oigo mucha música en los aparatos modernos, tengo un iPad, pero ya no me da tiempo de entrar en las redes sociales y la tweeteratura me parece una vacilada, un pasatiempo, pero seguramente sería injusto. Estoy hablando como burro, pero mi consigna es: todos a la retaguardia, vamos a leer la poesía y las odas de Horacio, no leamos tweeteratura”.

Se sabe conservador frente a este movimiento respaldado por el propio Consejo Nacional para la cultura y las Artes (Conaculta). “Prefiero leer el Ulises de Joyce o Paradiso de Lezama Lima, no 140 caracteres. Soy un lector en serie. Los lectores de Twitter se me hacen microlectores, porque leen microtextos. Y no quiero ser un profanador, pero ¿qué se puede decir en 140 caracteres? Muy poco”.

Quizás porque se sabe reticente de lo que llaman tweeteratura se niega a utilizar este medio. Y quizás por lo mismo le causó tanto sentido que su bibliomancia (que es un simple juego de azar que consiste en hacerse una pregunta y abrir un libro de los llamados “infinitos” en búsqueda de una respuesta) le dijera que él no es para esos trotes, que para él Twitter es un invento del presente que él ve a distancia por su arraigamiento en la verdadera literatura.

La FFL parece ser el ambiente ideal para un poeta como David Huerta. Ahí da la clase de Literatura y diversidad. Y se lleva de tú con sus alumnos, que le dicen David y lo abrazan mientras caminan juntos por el pasillo. Se sabe el nombre de Catalina, Javier, Carlos, Emiliano y del alumno que no fue.

También se sabe el nombre de Alberto. Alberto Chimal, por supuesto. Él también fue su alumno y hoy es un escritor que publica libros, artículos en revistas especializadas y que se ha ganado el respeto de la comunidad lectora de la Ciudad de México. Una diferencia con su maestro, es que Chimal sí tweetea.

-Maestro Huerta, respeto mucho su postura frente a la tweeteratura porque usted es una autoridad sobre la literatura.
-No, que va, autoridad es Alberto Chimal, Alberto Ruy Sánchez. Todos se llaman Alberto.
-Pero Alberto Chimal fue su alumno.
-No, es mi maestro. Era mi alumno pero ya se volvió mi maestro.

Es humilde a pesar de que ha publicado libros sin parar desde 1972: El jardín de la luz, Cuaderno de noviembre, La sombra de los perros, Versión, Hacia la superficie y su clásico Incurable, entre otros. Es manso frente a sí mismo, “no me hagas caso de lo que te diga, no importa”.

¿A qué se deberá su aversión por Twitter? Su padre, Efraín Huerta, un día le dio a bien inventar los poemínimos, pequeñas composiciones claras y concisas que muchas veces eran inferiores a los 140 caracteres. “Por supuesto, los aforismos, los epigramas, los mini poemas, los poemínimos de mi papá, son géneros, literalmente, menores”.

David Huerta, más que el hijo de una eminencia en la poesía mexicana del siglo XX, es un poeta que le ha dado personalidad propia a su nombre sin necesidad de que se le compare freudianamente con su padre. Él prefiere los libros gordos, lo extenso (tanto leerlos como escribirlos). Es difícil saber si es a conciencia para diferenciarse de su padre Efraín Huerta o simplemente si así se desarrolló su capacidad poética.

“Mucha gente habla de mi padre, yo por eso prefiero hablar de mi madre: El nombre de mi mamá figura al frente de mi primera publicación poética; es la dedicatoria principal de mi primer libro, El jardín de la luz, que apareció en 1972. Mi madre murió el año anterior, en octubre de 1971 y ella fue la persona que a mí me formó, me orientó, que me dio una serie de ideas, que me presentó valores y que me pudo hacer sentir cuál es la médula de esos valores. Era una persona con un buen bagaje literario, con una conversación extraordinaria, no siendo ella una escritora propiamente, era trabajadora social, que aún así conversaba de todo, de lo divino con una gran brillantez y un gran sentido del humor. Mi mamá: Doña Mireya Bravo Munguia”.

Suena un poco raro la palabra “mamá” en un hombre de 61 años, con barba  y cabello blanco, pero para David Huerta no cuesta nada decirlo. Y aunque no le es difícil mencionar a su madre, al momento de elegir su nombre de autor decidió no llevar más el Bravo, al menos no en sus publicaciones.

Su madre, su padre, sus alumnos, Twitter, sus amigos y la bibliomancia, todo esto, son superficies, planos del existir, fragmentos de la realidad que pueden ser oscuras, frías o todo lo contrario.

Las superficies son una constante en la obra poética de David Huerta y no se siente un ser superficial, al menos no en el sentido peyorativo. “La profundidad está sobrevalorada. Entonces hay que revalorar la superficie. Uno de los elogios de cajón a una persona inteligente es que es profundo. Y las descalificaciones dicen “es muy superficial”. Las superficies tienen también de qué hablar. La piel es superficial y es lo que vuelve locos a los amantes”.

Además de la piel, Huerta también ha explorado la superficie del color azul. “El azul en la flama es el oxigeno de la llama. El oxigeno que quema y limpia, lo que respiramos. Pero también la palabra azul tiene un origen fascinante que viene del árabe que está en nuestra lengua. Además tiene un resquicio literario enorme, es el título de uno de los grandes libros de Rubén Darío. Es el color del cielo y el cielo es el gran órgano de los sentimientos; es una extraña superficie. Es al mismo tiempo lo contrario de una superficie. Y también lo contrario de una profundidad: es hondura, es intangibilidad. Azul es una palabra que convoca todas las experiencias atmosféricas, literarias y lingüísticas.”

Desde su banca de alumno de la FFL contesta siempre con un talante de calma. Sonríe si su cuerpo se lo pide, pero no endurece el gesto si algo le desagrada. Se parece un poco a Alejandro Jodorowsky: nariz mediana un poco aguileña y piel blanca. Tan alto como una regla de un metro con 70 centímetros, quizás más pero no quizás menos, pero con él aplica eso de medir la estatura de su cabeza hacia el cielo o, mejor dicho, de su torre inmensa de libros leídos hacia el infinito.

Además de escribir poesía, Huerta ha tocado con la carne de la experiencia otras superficies, como la política. Aunque afirma “no quiero saber nada de ese mundo ya”, no niega la relación íntima entre poesía y política. "El gran poema fundador de occidente, La Eneida, es un libro político. Es un poema escrito para legitimar el imperio de César Augusto, es un poema puesto al servicio del Estado, comprometido con el poder. Más político no se puede”.

-Pero en su caso, su poesía no está comprometida con nada.
-No, porque el compromiso me parece un canal poco profundo, a mí me gusta bucear. Si te avientas por el canal del compromiso te estrellas porque hay poquita agua. No se puede nadar ahí, no se puede explorar. Lo que a mí me interesa es el radicalismo de la expresión y de la experiencia, como un contraste con el compromiso.

Ahora, yo me considero una persona de izquierda. Definitivamente. Fui miembro del Partido Comunista Mexicano, fui fundador del Partido Socialista de México, fui militante en el movimiento estudiantil de 1968. Toda mi vida he estado empapado de política, pero también de poesía.

-¿Y por qué me dice que ya está olvidada toda esa parte política?
-Porque ya son demasiadas las decepciones. Las crisis de impotencia. El periodismo de opinión no sirve para nada. La militancia política, tal y como están los partidos ahora, tampoco sirve para nada. La participación en las organizaciones ciudadanas no sirve para nada. Mi apuesta es por la educación. Dar clases lo mejor que pueda y tratando de no ser un cretino. Ese es mi compromiso político y decir que las cosas están mal cuando se pueda, que casi nadie oye, pero de todas maneras lo hago.
Ese día, en su clase de Literatura y diversidad, condenó el asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia sucedido días anteriores. Leyó “Los sobrevivientes” de ese poeta y al final compartió con sus alumnos su enojo por lo que pasa en este país. Su rostro estaba enfurecido, rojo de coraje, lo que provocó que todos guardaran silencio y escucharan la queja política de David Huerta de forma pasiva.

         Otra superficie que conoce bien el maestro Huerta es la de las artes visuales y la pintura. “Muchos años tuve amistad con algunos pintores y estoy muy orgulloso de haber colaborado con todos ellos. Uno de ellos es el pintor oaxaqueño Francisco Toledo  y otro es el pintor Gunther Gerzso, colaboré con ellos con gran entusiasmo y también con los camaradas Castro Leñero, Alberto, Miguel y José, con Gabriel Macotela, con Vicente Rojo”.

         En su poesía no existe dios (o sea, es una superficie casi intacta por el poeta), y no, confirma que no es creyente. “Se me puede llamar agnóstico, pero dios, en 61 años no se me ha manifestado. Se me ha manifestado el dolor del mundo de una manera brutal, descomedida. Podemos decir que soy un agnóstico manso. ¿Cuáles son las fuerzas divinas? No sé dónde están. Profundamente mi experiencia es profundamente secular. ¿Hay que tomar en serio la muerte de dios?”

         Incluso, en su vida hay falsas superficies, terrenos que parece que toca pero que no tienen mayor relevancia con su quehacer poético ni ensayístico. Por ejemplo, el posmodernismo, que parece que lo abarca porque habla de individuos que viven un simulacro y no una vida y de personas que no creen más en nada. “Yo no he leído a Lyotard, el filosofo de esta corriente. Para mi el posmodernismo es un movimiento arquitectónico y de urbanística”.

De lo que sí habla en su poesía, confiesa, es sobre las ciudades. “Hablo sobre las ciudades, sobre los conflictos, sobre la soledad, el desconsuelo, la descomposición de la vida: son temas grandiosos y no tienen nada que ver con el posmodernismo aunque parezca que sí”.

Pero hay una superficie que es eterna y a la que está pegado todos los días: ser el mismo, ser David Huerta.

-Y, ¿quién es David Huerta?

Y su respuesta será más bien un falso resumen, una superficie elaborada para contestar, pero, como se leyó, David Huerta es una maraña de superficies, un tesoro de experiencias de vida en el país del lenguaje.



-Soy un poeta mexicano madurado en la segunda mitad del siglo XX cuya experiencia fundamental gira en torno de la vida en la Ciudad de México.

martes, 15 de marzo de 2011

Pessoa, un des/conocido en la FIL


No recordé que mi poeta favorito es Fernando Pessoa. Lo olvidé por completo en medio de tantos libros-en tantos libreros-en tantos stands-en tantas salas-en dos pisos-en la Feria del Libro del Palacio de Minería.


Olvidé que este autor portugués de principios de siglo tenía tantos heterónimos. No lo recordé porque me llamó la atención Incurable de David Huerta en su edición clásica de Era y La sociedad sin relato de Néstor García Canclini con su precio de 240 tocanubes.

Tampoco pude pensar en su poesía ensimismada. Fue imposible con la vistosa campaña de mercadotecnia de Alfaguara para vender los dos primeros libros de 1Q84 de Haruki Murakami y con los anuncios que hacía la organización sobre conferencias para el maltrato en el noviazgo en la Galeria de Rectores o en otra sala para diez personas.

Mucho menos me pregunté por qué a Pessoa le dicen el Nietzsche del siglo XX. No había lugar para los cuestionamientos filosóficos frente a la oferta de los libros de Selector, donde figuraba nuestro pensador posmoderno, el Dr. House.

No logré desconocerme como Fernando Nogueira Pessoa. Y no pude porque si me desconocía iba a perder los estribos e iba a empezar a robar libros a diestra y siniestra, sobre todo esos tan caros de Acantilado y de Sexto Piso que son tan elegantes y tan prohibidos por mi bolsillo.

Y si hubiera recordado a Pessoa a conciencia, no hubiera ido a buscarlo en la FIL, porque sabría que él no estaría ahí, sino en antologías de literatura en portugués o en malas traducciones de Perfecto Cuadrado o de Ángel Campos.

Pero no. No fue necesario que pensara en él para encontrarlo. En medio de toda esa plétora de hojas empastadas con millones de litros de tinta, en la sección de la UNAM, apareció, chiquito, un librillo mostaza con una discreta serigrafía del Chaplin de la literatura: Pessoa presentado por Octavio Paz.

El desconocido de sí mismo. Antología de Fernando Pessoa. Un libro histórico para la poesía universal. El mejor escritor mexicano, Octavio Paz, dando cuenta de un poeta portugués desconocido en casi todo el mundo en 1962.

Una edición bien cuidada por Paz: selección, traducción y ensayo. Pocas páginas (117) y todo el sentido sobre Pessoa y sus heterónimos. Imposible pensar que esta obra tan relevante en la poesía no haya sido reeditada por segunda vez sino hasta nuestros días, 48 años después.

Y al ver este libro, el que se desconoció de sí mismo fui yo, que no dudé en comprarlo, pues además significaba apenas un salario mínimo, por aquello del descuento universitario en libros editados por el Fomento Editorial de la UNAM.

No recordé que Fernando Pessoa es mi poeta favorito, pero siempre he confiado en una frase de Ricardo Reis, uno de sus heterónimos: 

El libro que imaginé


Hace unos días pensé en escribir un libro. La idea es que ahí se recopilen mis experiencias estéticas en museos, actos escénicos y demás cuestiones del arte de forma genuina como el periodista en formación que soy.

La intención es que exista un registro de cómo veo el arte en la Ciudad de México ahorita que no tengo el filtro de lo académico o de las élites culturales que muchas veces contaminan la experiencia con muchos conceptos o ideas que van más allá de lo estético mismo.

En esta publicación imaginada, tengo pensado escribir una serie de textos que recojan toda la experiencia de ir a ver algo nuevo relacionado al arte en esta ciudad. Pero no sólo anotar que vi obras de tal artista o que presencié un acto poético en una sala, sino dar cuenta de todo lo que implica ir a un museo en el DF.

Museo Tamayo de Arte Contemporáneo, en el DF

El chiste es agregar a la experiencia estética del museo, la experiencia estética de la ciudad. Quiero dar cuenta de los altares religiosos con luces, del aspecto de las personas, los colores de los autos y todos esos detalles que también forman parte del cuadro estético visual.

Con esto, pretendo decir que la experiencia estética no se restringe a un museo o un lugar delimitado sino que se vive en todos lados y a todas horas, sobre todo en la Ciudad de México.

Para que mi libro se pueda publicar en algún momento, primero tendré que terminar de escribir los textos que lo compondrán y tener un manuscrito final. Luego lo deberé de mandar a una editorial que se interese en temas relacionados a mi proyecto para que lo evalúen y decidan si lo publican o no.

Si deciden sacarlo a la luz con su sello, mi texto tendrá que pasar a un proceso de edición y “coerción” de estilo. Una vez revisado y autorizado, se tendrá que colocar en el mercado del libro, en la industria editorial.

De esto se encargará el editor, quien buscará el nicho de venta de mi libro y la mejor manera para que sea leído y que deje ver ganancias económicas.

Si el editor hace bien su trabajo, mi libro expresará de una forma clara mi idea sobre la experiencia estética en el DF y será leído por aquellos que se interesen en el tema. Si no lo hace bien, mi proyecto quedará tan sólo en una buena intención.

Y si no lo quiere publicar nadie (que es lo más probable), le pediré a alguien que lo corrija, lo edito en un PDF y lo distribuyo de forma gratuita. Nomás para no tener la espinita del libro que imaginé.

Proyección en el Ex Teresa Arte Actual, Ciudad de México

[Pude saber cómo se materializa una idea en un libro gracias al texto “Desarrollo editorial: de la idea al libro” de Datus C. Smith Jr. que viene en su Guía de publicación de libros ]